miércoles, 6 de junio de 2012

La conferencia de Adenauer en Audio


Adenauer en 1.967 ya lo veía venir (2/2)


EL PAPEL DE EUROPA EN EL MUNDO 
Conferencia pronunciada el 16 de febrero en el Ateneo de Madrid. 
  Resulta muy tentador hablar sobre la historia y la cultura europeas precisamente en España, porque España tiene una gran historia, porque durante siglos ha estado estrechamente ligada a los demás países europeos por la política, el arte y la cultura, y porque ha proyectado hacia un amplio campo la cultura europea. 
  Sin embargo, la primera mitad de este siglo ha traído consigo una evolución que amenaza la libertad de los pueblos europeos y con ello la cultura europea en su más íntima sustancia, y que puede tener como consecuencia la desvigorización total de Europa y de todos sus Estados. 
  Por ello me proponga hablar de este peligro y de lo que hemos de hacer para salvar a Europa. 
  Cuando hablo de Europa, me refiero a todos los Estados situados en Europa, con excepción de la Rusia soviética. La Rusia soviética, sin sus Estados satélites del lado occidental, constituye un gran continente en sí. 
Al hablar de la unificación de Europa no puede pensarse en una unificación con la Rusia soviética de la misma manera en que han de unirse los demás Estados europeos. La Rusia soviética está situada en parte en Europa y en parte en Asia. Con sus 22 millones de kilómetros cuadrados, es el mayor Estado de la Tierra, comprendiendo más del doble del territorio de la China roja o de los Estados Unidos de América. Una unificación de los países europeos con la Rusia soviética habría de equipararse a una absorción de Europa por aquélla. Una unificación sólo con la parte de la Rusia soviética situada al oeste de los Urales plantearía inmediatamente la cuestión de qué sería entonces de los territorios ruso-soviéticos situados en Asia. En tal caso, parecería que se quería dividir la Unión Soviética. Pero en esto no pensamos los europeos, y por ello la unificación de Europa sólo puede comprender los demás países europeos. Y se da el caso de que ellos son los que se encuentran en el más grave peligro de perder su libertad. 
  El peligro en el que se hallan los pueblos europeos se hace bien patente si se examina la distribución del poder sobre la Tierra y se llega a comprobar con qué rapidez ha progresado la pérdida de poder de los países europeos. 
  Trataré de ofrecer en pocas palabras una visión de la distribución del poder en el mundo a comienzos de este siglo, o sea, hacia 1900, enfrentando después esta visión a la situación mundial de 1960. 
  Hacia el 1900, el acontecer político en el mundo era dirigido desde Europa. Las grandes potencias europeas, como Gran Bretaña, Francia, Alemania, Austria-Hungría, Italia, España y otras, determinaban el curso de la política. Los Estados Unidos de América no ejercían, en los principios de este siglo, política exterior propia. La Rusia zarista, si bien estaba interesada en el acontecer europeo, no tenía influencia determinante sobre el mismo. Los grandes pueblos de Asia y Africa, como el Japón, China y otros, no prestaban apenas atención a los asuntos de Europa, o bien eran protectorados o colonias europeos. 
  También los pueblos europeos tenían conflictos entre sí, pero al propio tiempo tenían siempre un cierto sentido y una comprensión de la importancia de Europa y se cuidaban de menoscabar esta importancia por medio de su política. 
  Ahora bien, ¿cuál era la distribución del poder sobre la Tierra sesenta años más tarde, aproximadamente hacia 1960 ? En lo que se refiere al poder y a la influencia, los Estados Unidos de Norteamérica se hallan ahora a la cabeza. Poseen un número de población de 179,3 millones y un territorio de 9, 3 millones de kilómetros cuadrados. Sus tropas comprenden una totalidad de 2, 5 millones de hombres. En segundo lugar se encuentra la Rusia soviética, que comprende un territorio de 22, 4 millones de kilómetros cuadrados. Es, con mucho, el mayor Estado de la Tierra, y la cifra de su población alcanza los 210 millones. Sus fuerzas militares comprenden 2, 7 millones de hombres. A estos dos gigantescos países les sigue la China roja como tercera superpotencia. He de señalar aquí que, en el caso de la China roja, las indicaciones numéricas se basan en parte en cálculos aproximados. Tiene una superficie de 9, 7 millones de kilómetros cuadrados, o sea, algo más de la de los Estados Unidos, y mucho menos de la mitad del territorio de la Rusia soviética. Se calcula que su población asciende a 630 millones, comprendiendo sus tropas unos tres millones de hombres. 
¿Y cómo es la situación en Europa? 
La totalidad de su territorio, excluyendo la parte ruso-soviética, es pequeña, comprendiendo aproximadamente 4, 9 millones de kilómetros cuadrados. Pero la población en Europa es extremadamente densa, habiendo alcanzado en el año 1960 425 millones de personas, de las que 183 millones pertenecen a las clases activas. A fin de poder calcular el valor de la población, quisiera exponer a ustedes las cifras de participación de Europa, los Estados Unidos y el resto del mundo en la producción industrial mundial. 
  En el año 1960, Europa participaba en la producción mundial con un 27 por 100, la Unión Soviética con un 18 por 100, los Estados Unidos con un 33 por 100, y el resto del mundo con un 22 por 100. 
  Si bien la producción material no puede constituir un índice de la producción espiritual, la inmensa producción de Europa sí permite suponer que los europeos poseen una gran fuerza espiritual. El trabajo físico y espiritual que es realizado en Europa es indispensable para la prosperidad y la evolución del mundo entero. 
  En los últimos momentos de la guerra mundial surgió un factor que como ningún otro determinó la relación del poder en el mundo y con ello la influencia política y económica de las potencias o de los grupos de potencias. Este factor consiste en la utilización de la fuerza atómica en la guerra, con su increíble capacidad destructora, y además el desarrollo de los portadores de esta terrible arma, sean cohetes o bien sean aviones. Dos de las tres superpotencias, los Estados Unidos y la Rusia soviética, disponen de un gigantesco arsenal de explosivos nucleares y de portadores para el lanzamiento de dichos explosivos a través de los mares y los continentes. Tan sólo Francia posee, como única potencia continental europea, un armamento atómico, el cual, sin embargo, no es muy importante. Lo mismo puede decirse de Gran Bretaña. La China roja está desarrollando también una fuerza nuclear. No podemos calcular exactamente su potencia actual, al igual que no podemos juzgar con exactitud a qué ritmo puede seguir desarrollándose. Entre las dos potencias mundiales, o sea, Estados Unidos y la Rusia soviética, se están celebrando actualmente negociaciones con el fin de convertir la producción y la posesión de tales armas en privilegio exclusivo suyo. En ello reside el mayor peligro para los demás pueblos del mundo entero, y en especial para los de Europa; peligro especialmente temible en el aspecto de la producción, pues entraña la posibilidad de perder la fuerza y la influencia en los campos político y económico. Debido a su fuerza productiva, indispensable para el mundo, los países europeos, o sea, Europa, están en peligro de llegar a ser víctima de las divergencias que existen entre las potencias mundiales y de ser destruidos en la lucha a consecuencia de su situación geográfica y la densidad de su población. El peligro para Europa es mucho mayor de lo que se imaginan la mayoría de los hombres. La evolución desde la última guerra, sobre todo el desarrollo de las armas atómicas y, como consecuencia de ello, las negociaciones entre la Rusia soviética y los Estados Unidos, pueden significar para los pueblos europeos el fin de su influencia política. Las superpotencias pueden hacer caso omiso de la oposición de un determinado país europeo. La voz de una Europa unida, sin embargo, habría de ser escuchada por ellas, en su propio interés. 
  ¿Qué es lo que se ha hecho hasta ahora para alcanzar nuestra meta, o sea, una unificación de Europa? Al contestar esta pregunta me limitaré al período posterior a 1945, a pesar de que ya en los años 20 muchos habían reconocido la necesidad de una unión europea. Pienso en este momento en Briand. Recuerdo también mis propias consideraciones, que dadas las experiencias de la primera guerra mundial, a cuyo final se encontraba Alemania totalmente aislada y sin amigos, me llevaron a reconocer que Alemania y Francia, si Europa quería hallar su felicidad y su prosperidad, deberían colaborar para preparar y hacer posible una unificación de los Estados europeos. 
  En el año 1946, Winston Churchill exigió en Zurich la creación de los Estados Unidos de Europa y una colaboración estrecha entre Francia y Alemania. En octubre de 1948 me reuní por primera vez con Robert Schumann, el entonces ministro francés de Asuntos Exteriores, quien en mayo de 1950 presentó el proyecto de una Comunidad Europea del Carbón y del Acero. Esta se convirtió en realidad en abril de 1951. Las horas del fracaso de la Comunidad Europea de Defensa se cuentan entre las horas más trágicas de Europa después de la guerra, ya que la Comunidad Europea de Defensa, de haber llegado a realizarse, nos habría traído ya en aquel entonces la unificación política de Europa. Tras su fracaso había que comenzar de nuevo. 
  Los «Tratados de Roma», firmados en marzo de 1957, tuvieron como resultado la Comunidad Económica Europea y la Comunidad Atómica Europea, a las que pertenecen los seis componentes de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero. Estos tratados, cuya gran importancia reside en el terreno económico, han sido firmados por los seis partenaires a sabiendas de que los tratados en cuestión no podrían sustituir la unificación política europea. 
  Desde luego, ya en 1950 se demostró, con ocasión de las negociaciones acerca de la C. E. C. A., y más tarde también en las negociaciones sobre la C. E. E., que Gran Bretaña, a causa de sus relaciones con los países de la Commonwealth, no estaba dispuesta ni en condiciones de acceder a una auténtica anexión a Europa que comprendiera la aceptación de todos los deberes relacionados con la misma. 
  No ignoran ustedes que el primer ministro inglés, Wilson, se encuentra negociando actualmente con los Gobiernos de los seis Estados componentes de la C E. E. sobre las condiciones de entrada de Gran Bretaña en dicha Comunidad. Hemos de esperar el resultado de estas negociaciones. Sin embargo, la C. E. E. 
no es lo mismo que una unión política europea. Deseo hacer resaltar muy expresamente este punto y subrayar además que ante todo necesitamos la unión política. 
  A raíz de la Declaración de los seis jefes de Gobierno en Bonn el día 18 de julio de 1961, por la cual se formaba una Comisión para la elaboración de un Estatuto político europeo, surgió el llamado Plan Fouchet I. En enero de 1962 se presentó un nuevo proyecto, el Plan Fouchet II, en el que se preveía una incorporación de las instituciones económicas europeas a la Comunidad política y su subordinación a la misma. El Plan fue revisado posteriormente respecto a este punto. Los ministros de Asuntos Exteriores de los Seis negociaron seguidamente, en abril del mismo año, en París, acerca de la nueva versión del Plan Fouchet II. Cuatro de los seis ministros del Exterior le dieron su aprobación. Los representantes de Holanda y Bélgica exigieron, para dar su conformidad, la inmediata participación de Gran Bretaña en las negociaciones. A fin de superar la paralización que con ello se produjo, el presidente de la República francesa propuso, de acuerdo con el canciller federal alemán, al presidente del Consejo de Minis
tros italiano, que entonces presidía, según el turno, el círculo de los jefes de Gobierno, invitar a los seis jefes de Gobierno a Roma para la ulterior deliberación y decisión. Italia se negó a aceptar esta propuesta. 
  Desde el año 1962, las negociaciones acerca de la unión política europea están en suspenso, pero la idea de la unificación europea y con ello el proyecto de entonces permanecen aún vivos, a lo que ha contribuido en gran medida la evolución desde 1962. Opino que todos los que ocupan puestos de responsabilidad tienen que haberse dado cuenta, en el curso de estos años, de la magnitud del peligro que corre Europa y del hecho de que Europa ya no tiene tiempo para esperar pacientemente hasta que algún día se produzca la solución perfecta que pueda satisfacer de igual modo a todos los Estados partenaires. En nuestra época, la rueda de la Historia se mueve con increíble velocidad. Es preciso actuar rápidamente, si queremos que la influencia política de los países europeos siga existiendo. Si no puede alcanzarse inmediatamente la mejor solución posible, no queda más remedio que aplicar la segunda o la tercera de las soluciones que entran en consideración. En el caso 
de que no todos colaboren, es preciso que actúen aquellos que están dispuestos a ello. Es mi opinión que Francia y Alemania pueden formar con su colaboración el núcleo de la unión política de Europa. No debería concederse demasiado valor a la forma de tal unión. Lo mismo da que llegue a constituirse una federación o una confederación o a adoptarse una forma jurídica cualquiera: lo principal es la actuación, el comienzo. No me falta la esperanza. Precisamente las últimas semanas han demostrado que el acuerdo germano-francés, revivificado y aprovechado por los dos partenaires, puede ser un instrumento para fomentar la unificación política europea. 
  Nuestra meta—estoy plenamente convencido de ello—no puede seguir siendo una Europa de los Seis. España ha de agregarse a ella. No sólo por su situación geográfica, sino también por su historia, su tradición, su contribución insustituible a la cultura europea, España tiene que ser una parte esencial también de la futura Europa unida. 
  Pero al pensar en Europa también hemos de mirar hacia el Este. Forman parte de Europa países que tienen un rico pasado europeo. También a ellos ha de ofrecérseles la posibilidad de asociación. 
Europa ha de ser grande, ha de tener fuerza e influencia para poder hacer valer sus intereses en la política mundial. 
  Lo que en los últimos tiempos se está produciendo en la China roja constituye una última y seria advertencia para Europa. 
  Suceda allí lo que fuere, será una seria amenaza para la Unión Soviética y también para la Rusia de este lado de los Urales. El peligro para Europa que se proyecta hacia aquí desde el Lejano Oriente es, con toda probabilidad, mucho más inminente de lo que la mayoría de nosotros pensamos. Cuando todavía era yo canciller federal estudié una y otra vez el problema de la Rusia soviética y la China roja, y ello a raíz del diálogo que sostuve con Kruschev en el año 1955, con ocasión de mi visita a Moscú. Ya en aquel entonces Kruschev consideraba muy grande la amenaza china y la tomaba muy en serio. 
  La superación de distancias aún muy largas por la técnica moderna de armas nos acerca con increíble velocidad los peligros que existen en el Lejano Oriente. Creo que un mapa demostraría que las distancias entre los territorios en los que los chinos se encuentran preparando la guerra nuclear y las grandes capitales europeas ya significan tan sólo, medidas en línea aérea, una seguridad impresionantemente reducida, si se tiene en cuenta el radio de acción de las armas modernas teledirigidas. 
  No debe creerse que la unificación política de Europa nos colocaría en contraposición a los Estados Unidos, sino todo lo contrario. John Foster Dulles y su sucesor, el secretario de Estado Herter, siempre han presionado para que se realizara la unificación política de Europa. Los intereses de Europa y los de los Estados Unidos no siempre son idénticos, y los Estados europeos han de ser colocados, mediante la unificación de Europa, en la posición de poder hacer valer también sus intereses. Lo esencial y lo fundamental, es decir, la conservación de la libertad y de la paz como los más altos valores de la Humanidad, constituyen una meta, lo mismo en los Estados Unidos que en Europa. 
  Permítanme volver a señalar, finalmente, concluyendo mis exposiciones, el peligro extraordinario que encierra la situación política de nuestra época. Dicho peligro consiste, por una parte, en la velocidad con la que se han efectuado y se siguen efectuando los desplazamientos trascendentales del poder. Reside, además, en el hecho de que hay superpotencias cuya existencia implica el peligro de que las demás potencias sean condenadas en mayor o menor grado a la insignificancia, o sea, a convertirse en instrumentos de la voluntad de los grandes. Finalmente, se basa en la imposibilidad de calcular la evolución de la China roja. 
  Este peligro de la situación, es decir, la extraordinaria velocidad de las evoluciones, obliga a Europa a una actuación rápida y decidida, la obliga a una rápida unificación política, a fin de poder defender sus intereses especiales y conservar con ello su existencia como factor del acontecer mundial. 
  Pero no sólo deberíamos ver esta necesidad inevitable de actuar, sino también la ventaja de que nuestra actuación obtenga resultados positivos. Es alentador, por ejemplo, observar cómo ha repercutido en favor de Europa la unión económica de los países europeos que aún se halla en estado de creación y evolución. Cuando los países europeos, o al menos una gran parte de ellos, se encuentren integrados en una unión política, su voz se escuchará en la política mundial también en las cuestiones relacionadas con las armas nucleares y la utilización de la fuerza atómica para fines pacíficos. 
  Las negociaciones que actualmente se están celebrando entre Estados Unidos y la Unión Soviética son vitales para Europa. Una guerra nuclear sería una guerra de grandes superficies, la cual afectaría en el grado más amplio y devastador a Europa, a causa de su gran densidad de población. En Europa viven por término medio 89 personas por kilómetro cuadrado, frente a 10 personas por kilómetro cuadrado en la Unión Soviética, 21 por kilómetro cuadrado en los Estados Unidos de América y 70 personas por kilómetro cuadrado en la China roja. Europa desea contribuir a eliminar el peligro de una guerra nuclear. Pero antes de que se realicen compromisos ha de saber Europa de qué se trata. En el interés de Europa, sin embargo, no es posible, y además sería francamente absurdo, que hayan de ser controladas sólo las potencias no nucleares, no siendo sometidas a control las potencias nucleares. No nos podemos convertir en objetos controlados por los Estados nucleares dominantes. 
  Acerca de las negociaciones actuales entre los Estados Unidos y la Unión Soviética respecto a la no proliferación de armas atómicas, es de señalar aún lo siguiente: 
  En la Conferencia de las nueve potencias celebrada en Londres en el año 1954, la República Federal Alemana se comprometió a no producir armas atómicas, comprometiéndose asimismo a someterse a un control del cumplimiento de este compromiso por las otras potencias con las que había firmado este acuerdo. Tras la firma del acuerdo se creó, con sede en Bruselas, un organismo para el ejercicio de este control. El representante norteamericano en este organismo ha expresado la satisfacción de los Estados Unidos por el modo de ejecución del mismo. 
  ¿Por qué se proponen acceder los Estados Unidos a la petición de la Unión Soviética en el sentido de que este país ejerza un control de todas las potencias no nucleares? ¿Por qué tal exigencia, totalmente injustificada, por parte de la Unión Soviética? Pues bien, cuando el presidente del Consejo de Ministros danés, Krag, negoció con Kossygin el pasado año, en el Kremlin, acerca del citado acuerdo, que ya en aquel entonces era discutido, Kossigyn manifestó sin reservas que en este acuerdo sólo le interesaba la firma de los alemanes. El motivo de ello, según indicaciones de los organismos alemanes de investigación científica, es bien patente. La Rusia soviética desea obtener el control sobre la totalidad del territorio atómico de Alemania, ya que con ello conseguiría el control de toda la producción de fuerza atómica en la República Federal Alemana, y al propio tiempo, teniendo en cuenta la creciente utilización de la fuerza atómica en el terreno económico, también el control en la mayor medida de la economía alemana. 
  Los alemanes, de este modo, se verían colocados en una posición de dependencia económica de la Unión Soviética, y no solamente los alemanes, sino partes enteras de la Europa Occidental. Ello significaría el fin de una Europa libre y unida. 
  El espíritu con el que ha sido ideado este proyecto se desprende de las siguientes disposiciones que el acuerdo, en lo que hasta ahora puede vislumbrarse, ha de incluir: 
  «El control del cumplimiento y ejecución del acuerdo ha de asegurarse por el hecho de que los Estados no nucleares se comprometen mediante su firma a someter su investigación atómica pacífica a un control a escala mundial. 
  »Modificaciones del acuerdo pueden ser decididas en una conferencia de todos los Estados firmantes mediante mayoría de votos, pero no contra el voto de cualquiera de los Estados atómicos. » 
  Esto significa, pues, un dominio de los llamados Estados nucleares sobre el mundo entero y al propio tiempo sobre la economía del resto del mundo. Si se tiene en cuenta que, según el criterio bien fundamentado de los científicos europeos, los gastos de la producción de corriente eléctrica por la energía atómica serán reducidos dentro de algunos años—diez, aproximadamente—a un tercio de los actuales a base de carbón o aceite, queda bien claro que aquí se intenta establecer el dominio de los llamados Estados nucleares sobre los otros Estados del mundo. 
  Es significativo que científicos norteamericanos se hayan puesto en contacto con científicos alemanes a fin de convencerles de que la Unión Soviética, al adjudicársele tal control, no obtendría una influencia sobre la vida económica en Alemania y en Europa. 
  No hay nada más característico de toda esta situación que el hecho de que la Unión Soviética exija para sí misma el control en la más amplia medida y, en cambio, rechace todo control de la propia Unión Soviética. 
  Los europeos están en peligro de caer bajo el control de los rusos en el terreno de la producción de fuerza atómica para fines pacíficos. Este peligro indica lo extraordinariamente urgente que es la creación de la unión política europea. Por ello ha de hacerse todo lo posible para crear cuanto antes un Estatuto europeo, una unión política europea, cuya voz no podrán desatender ni las superpotencias ni la conciencia universal. 

Adenauer en 1.967 ya lo veía venir (1/2)


Pronunciado en El Escorial el 16 de febrero de 1967. 
Distinguido señor ministro. 
  Muy distinguidos señoras y señores: 
  Estos días que estoy pasando en España se me quedarán grabados en la memoria como dotados de un contenido muy importante y especial. Permítanme que les participe tan sólo dos impresiones recibidas ayer y hoy. Tuve el gran honor de ser recibido ayer por la mañana por su Jefe de Estado. La audiencia duró aproximadamente hora y media, y creo que cuando se está obligado por la profesión a tratar con muchas personas, se adquiere el don de formarse, en tiempo relativamente breve, un juicio acertado acerca de un hombre o una mujer; aunque es de señalar que las mujeres son mucho menos comprensibles para los hombres. Ayer recibí una impresión muy profunda y tuve la sensación de que a la cabeza de España se halla un hombre que es muy inteligente, muy sensato, muy prudente; un hombre, además, que infunde confianza. Y éstas son condiciones muy importantes, especialmente para España. Esta mañana estuvimos en el Monasterio del Escorial. Entré con mis acompañantes cuando estaba iluminado el altar mayor y un organista extraordinario y altamente dotado tocaba el órgano e interpretaba a Bach, música alemana. También aquí tuve una profundísima impresión. Luego permanecí en el Panteón pensando en nuestro pasado, que en parte nos es común; me refiero a la época en la que gobernaba Carlos V, su rey más importante, y emperador alemán. A continuación estuve en la biblioteca, donde el padre que la dirige había expuesto, según creo, para nosotros, sus más valiosos ejemplares. Al término de esta visita al Escorial solicité volver a entrar en la iglesia y volver a oír música, gran música, como la que nos había ofrecido este artista cuando llegamos, ya que quería ordenar mis pensamientos y mis sentimientos bajo la impresión de la música. Y ahora me encuentro reunido con ustedes en esta mesa, oyendo palabras tan afectuosas y amistosas como pocas veces las oye un hombre que se halla dentro de la vida política. También ustedes forman parte de la vida política y seguramente me lo confirmarán. Pero aquí, en España, he tenido la auténtica sensación de ser acogido y recibido por amigos. Cuando abandone España llevaré a casa un cierto sentido de envidia de todas aquellas grandes obras que España ha realizado en el pasado en el arte, en la ciencia, en todos estos terrenos, y también en el del arte de gobernar durante la mayor época de España. Pero también he venido aquí para solicitar su ayuda para Europa, para rogarles a ustedes, muy distinguidos señoras y señores españoles: vengan a nuestro lado, al lado de los europeos, pues ese es su lugar, y nosotros les necesitamos, y el mundo entero necesita a Europa. Y es una misión nueva, grande y común la que ahora nos espera: la de construir esta Europa. Si Europa fuera destruida, aplastada por el coloso ruso, entonces, señoras y señores, el mundo caería en la pobreza, y al Cristianismo le esperarían tiempos muy, muy difíciles. Yo les ruego que marchen con nosotros al unísono en el campo de la política. Colaboramos en el otro terreno que acaban ustedes de caracterizar; les ruego que también colaboremos en esta política europea. Por lo demás, cada país debe organizar su política interior de la forma que ha resultado más adecuada para ese país. No es preciso que diga más 
sobre ello. Pero en la gran misión tenemos obligaciones recíprocas nosotros, los pueblos europeos. Pero ustedes tienen al propio tiempo otra obligación muy especial a la que intencionadamente no he aludido ayer noche. España tiene gran influencia en Hispanoamérica, e Hispanoamérica desempeñará, en tanto es posible prever el futuro, dentro de algunos decenios, un gran papel político y también económico en el mundo. Y por ello creo que precisamente España es el país que mejor puede tender el puente entre una Europa que piensa como ustedes y como nosotros, y todas las fuerzas del mundo que luchan en contra. Este lazo con Hispanoamérica, con los Estados hispanoamericanos, es una gran misión para ustedes. Tuve una vez con el Presidente Kennedy una conversación sobre América del Sur. El me dijo que para los Estados Unidos de Norteamérica nada era tan importante como el futuro de Hispanoamérica. Dijo que si Hispanoamérica llegara a ser comunista, tampoco los Estados Unidos de Norteamérica podrían hacer ya nada en contra. Por ello comprenderán ustedes que yo les ruegue con especial énfasis que vengan a nuestro lado, que nos ayuden a construir una Europa, una Europa cristiana, y que lue
go tiendan el puente hacia Sudamérica; 
o permítanme que utilice el término que más le place al sudamericano o al iberoamericano : hacia América Latina. Hace muchísimos siglos, el latín no era precisamente su lengua materna, pero del latín parte ésta; y entre nosotros fue lo mismo: no era nuestra lengua materna, pero sí en gran parte la constructora de nuestra lengua. Por ello estamos emparentados desde tiempos remotos, y creo así que tenemos mucho en común y que podemos colaborar en muchos aspectos para alcanzar metas comunes, metas importantes, debiendo reconocer que esta obligación nuestra es una obligación muy seria que hemos de cumplir. 
  Brindo por el bien de mis distinguidos anfitriones, y brindo por una colaboración amistosa, basada en la cordialidad, entre España y Alemania, y brindo por una Europa fuerte y unida.