jueves, 31 de diciembre de 2009

domingo, 27 de diciembre de 2009

Bebe-aido

Verdadera solidaridad

¿Porqué es necesario sufrir para ser bueno?

viernes, 18 de diciembre de 2009

Un problema de algunos católicos vascos

Cuando ha surgido la crítica de una mayoría significativa de los párrocos vascos al nombramiento que el Papa ha hecho del nuevo Obispo de la Diócesis de Guipuzcoa me encontraba yo leyendo un librito extremadamente ingenioso y sabio del que entresaco este texto:

…. tu principal misión será la misma. Déjale empezar por considerar el patriotismo o el pacifismo como parte de su religión. Después déjale, bajo el influjo de un espíritu partidista, llegar a considerarlo la parte más importante. Luego, suave y gradualmente, guíale hasta la fase en la que la religión se convierte en meramente parte de la "Causa", en la que el cristianismo se valora primordialmente a causa de las excelentes razones a favor del esfuerzo bélico …. o del pacifismo que puede suministrar. …….. Una vez que hayas hecho del mundo un fin, y de la fe un medio, ya casi has vencido a tu hombre, e importa muy poco qué clase de fin mundano persiga. Con tal de que los mítines, panfletos, políticas, movimientos, causas y cruzadas le importen más que las oraciones, los sacramentos y la caridad, será nuestro; y cuanto más "religioso" (en ese sentido), más seguramente nuestro. Podría enseñarte un buen montón aquí abajo.

El librito se titula "Cartas del diablo a su sobrino" y es de un autor inglés, C. S. Lewis. Pienso que refleja bien la postura de una parte importante del clero vasco, en la que su religión ha pasado a ser un apéndice subordinado a su nacionalismo.

Este autor inglés nos ha dado la clave que permite entender una forma de vivir la religión tan opuesta a la catolicidad de la Iglesia.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Psicología femenina solo para hombres

Hoy me voy a entretener en enumerar varios principios aplicables al trato con nuestras queridísimas mujeres. No es necesario que me digáis que estáis de acuerdo porque no tengo la menor duda que así será. Si es una queridísima mujer la que lee esto, te recomiendo tranquilidad: estoy seguro que te apetece mucho hacerme una recomendación en relación con los criterios exactamente contrarios, es decir, aplicables al trato con vuestros queridísimos maridos. Seguro que tienes razón, pero ahora no toca: otro día será. Vamos con ello:
1. No te esfuerces por dar soluciones a los problemas que ella te plantea. Lo que de tí espera no es eso: le basta con que le escuches con atención y le demuestres tu comprensión. Si un día te encuentras un poco más guerrero puedes desoir este consejo, pero asume el rozamiento duro que con seguridad vas a sufrir. Si tienes mucha razón podrías incluso estropearlo definitivamente. No lo olvides: lo imortante no es si tu solución es buena o no, lo importante es que ella sienta que le haces caso.
2.No te olvides que la visión del mundo que ella tiene no es la que tu tienes: su primera percepción de las cosas es estética. Ella tiene una visión estética de todos los aspectos de la vida, no solo del aspecto de las cosas y de la fisonomía de las personas y de su forma de vestir, sino también del propio trato que le das: por eso la educación, la suavidad, la delicadeza (virtudes que no nos suelen acompañar) son tan importantes en la relación que tienes con ella (dejarme que cite a Goethe que en un tono un tanto irónico dice: "Trata a las mujeres con delicadeza, están hechas de una costilla encorvada"). Esta clave permite explicar muchas veces sus estados de ánimo, que no solo están muy condicionados por los distintos niveles hormonales que se producen a lo largo del ciclo femenino, sino que también lo están por su percepción estética propia y ajena; primero la propia: ¿qué estado de ánimo le queda cuando se va a poner el pantalón que hace seis meses que no se pone y nota que le iría mejor una talla más?; ¿como cambia su humor cuando se mira al espejo y recala con detalle en esa bolsita imperceptible para tí que le ha salido debajo del ojo izquierdo?; ¿como reacciona cuando dejas de afeitarte dos dias y no te ve guapo?. No me extiendo más porque podría rellenar páginas y páginas y no añadiría mucho a lo que ya todos deberíais saber

sábado, 5 de diciembre de 2009

Un encuentro providencial

Una cadena de circunstancias facilitó la conversación. Había quedado a comer con Jesús a las 2:25; llegué tarde y había una gran cola en el autoservicio. Decidí no quedarme en la cola y volver sobre las 3:20 cuando, supuse, me tocaría esperar menos; esto no lo suelo hacer; normalmente espero. Hablé un rato con Jesús, que estaba ya comiendo y me fui a mi despacho para imprimirme una serie de artículos de opinión de la prensa del día: ya que iba a comer solo, al menos me entretendría leyendo mientras comía, porque llevo muy mal comer solo, sin algún entretenimiento intelectual. Volví a las 3:20 y seguía habiendo una cola considerable. Mientras avanzaba en la cola del autoservicio iba leyendo, Cuando llegué al final, pagué, cogí la bandeja y al darme la vuelta para ir a ocupar una mesa libre me lo encontré de frente; no tengo mucho trato con él, pero me sentí obligado a sentarme en la misma mesa. Es probable que no le apeteciera comer conmigo. He de reconocer que a mí tampoco mucho. Comencé a hablar de temas intrascendentes; al poco manifestó un profundo sentimiento: "lo estoy pasando muy mal". Comenzó a hablarme de sus hijos, de su mujer: habían decidido separarse. Todo lo que me dijo demostraba un gran sufrimiento. Mientras me daba detalles dolorosos del trato que últimamente recibe de su mujer y sus hijos pensaba yo en qué decirle: no se me ocurría nada que pudiera aliviar su situación, que se aproximaba mucho a la desesperación. Le pedí ayuda a Dios para que fuera capaz de encontrar palabras verdaderas y apropiadas. Y las encontré. Le dije unas cuantas cosas que le llegaron al corazón. Noté como le caían las lágrimas. Yo también comencé a emocionarme: me salían las palabras con dificultad, algunas se me ahogaban. Quedé con él que le presentaría a un sacerdote que a mi me ayudó en una difícil situación hace años. Le dije que pensaba que aunque su problema desde el punto de vista humano era difícil, le permitiría abrir su conciencia con una persona prudente y de fe robusta. Le pareció bien. Cuando terminamos de comer, los dos estábamos emocionados: nos despedimos con un abrazo, tratando cada uno de que no se notara que el corazón había quedado herido.

Como es lógico, obvio muchos detalles de la conversación que no conviene transcribir.