miércoles, 6 de junio de 2012

Adenauer en 1.967 ya lo veía venir (1/2)


Pronunciado en El Escorial el 16 de febrero de 1967. 
Distinguido señor ministro. 
  Muy distinguidos señoras y señores: 
  Estos días que estoy pasando en España se me quedarán grabados en la memoria como dotados de un contenido muy importante y especial. Permítanme que les participe tan sólo dos impresiones recibidas ayer y hoy. Tuve el gran honor de ser recibido ayer por la mañana por su Jefe de Estado. La audiencia duró aproximadamente hora y media, y creo que cuando se está obligado por la profesión a tratar con muchas personas, se adquiere el don de formarse, en tiempo relativamente breve, un juicio acertado acerca de un hombre o una mujer; aunque es de señalar que las mujeres son mucho menos comprensibles para los hombres. Ayer recibí una impresión muy profunda y tuve la sensación de que a la cabeza de España se halla un hombre que es muy inteligente, muy sensato, muy prudente; un hombre, además, que infunde confianza. Y éstas son condiciones muy importantes, especialmente para España. Esta mañana estuvimos en el Monasterio del Escorial. Entré con mis acompañantes cuando estaba iluminado el altar mayor y un organista extraordinario y altamente dotado tocaba el órgano e interpretaba a Bach, música alemana. También aquí tuve una profundísima impresión. Luego permanecí en el Panteón pensando en nuestro pasado, que en parte nos es común; me refiero a la época en la que gobernaba Carlos V, su rey más importante, y emperador alemán. A continuación estuve en la biblioteca, donde el padre que la dirige había expuesto, según creo, para nosotros, sus más valiosos ejemplares. Al término de esta visita al Escorial solicité volver a entrar en la iglesia y volver a oír música, gran música, como la que nos había ofrecido este artista cuando llegamos, ya que quería ordenar mis pensamientos y mis sentimientos bajo la impresión de la música. Y ahora me encuentro reunido con ustedes en esta mesa, oyendo palabras tan afectuosas y amistosas como pocas veces las oye un hombre que se halla dentro de la vida política. También ustedes forman parte de la vida política y seguramente me lo confirmarán. Pero aquí, en España, he tenido la auténtica sensación de ser acogido y recibido por amigos. Cuando abandone España llevaré a casa un cierto sentido de envidia de todas aquellas grandes obras que España ha realizado en el pasado en el arte, en la ciencia, en todos estos terrenos, y también en el del arte de gobernar durante la mayor época de España. Pero también he venido aquí para solicitar su ayuda para Europa, para rogarles a ustedes, muy distinguidos señoras y señores españoles: vengan a nuestro lado, al lado de los europeos, pues ese es su lugar, y nosotros les necesitamos, y el mundo entero necesita a Europa. Y es una misión nueva, grande y común la que ahora nos espera: la de construir esta Europa. Si Europa fuera destruida, aplastada por el coloso ruso, entonces, señoras y señores, el mundo caería en la pobreza, y al Cristianismo le esperarían tiempos muy, muy difíciles. Yo les ruego que marchen con nosotros al unísono en el campo de la política. Colaboramos en el otro terreno que acaban ustedes de caracterizar; les ruego que también colaboremos en esta política europea. Por lo demás, cada país debe organizar su política interior de la forma que ha resultado más adecuada para ese país. No es preciso que diga más 
sobre ello. Pero en la gran misión tenemos obligaciones recíprocas nosotros, los pueblos europeos. Pero ustedes tienen al propio tiempo otra obligación muy especial a la que intencionadamente no he aludido ayer noche. España tiene gran influencia en Hispanoamérica, e Hispanoamérica desempeñará, en tanto es posible prever el futuro, dentro de algunos decenios, un gran papel político y también económico en el mundo. Y por ello creo que precisamente España es el país que mejor puede tender el puente entre una Europa que piensa como ustedes y como nosotros, y todas las fuerzas del mundo que luchan en contra. Este lazo con Hispanoamérica, con los Estados hispanoamericanos, es una gran misión para ustedes. Tuve una vez con el Presidente Kennedy una conversación sobre América del Sur. El me dijo que para los Estados Unidos de Norteamérica nada era tan importante como el futuro de Hispanoamérica. Dijo que si Hispanoamérica llegara a ser comunista, tampoco los Estados Unidos de Norteamérica podrían hacer ya nada en contra. Por ello comprenderán ustedes que yo les ruegue con especial énfasis que vengan a nuestro lado, que nos ayuden a construir una Europa, una Europa cristiana, y que lue
go tiendan el puente hacia Sudamérica; 
o permítanme que utilice el término que más le place al sudamericano o al iberoamericano : hacia América Latina. Hace muchísimos siglos, el latín no era precisamente su lengua materna, pero del latín parte ésta; y entre nosotros fue lo mismo: no era nuestra lengua materna, pero sí en gran parte la constructora de nuestra lengua. Por ello estamos emparentados desde tiempos remotos, y creo así que tenemos mucho en común y que podemos colaborar en muchos aspectos para alcanzar metas comunes, metas importantes, debiendo reconocer que esta obligación nuestra es una obligación muy seria que hemos de cumplir. 
  Brindo por el bien de mis distinguidos anfitriones, y brindo por una colaboración amistosa, basada en la cordialidad, entre España y Alemania, y brindo por una Europa fuerte y unida.

No hay comentarios: