sábado, 5 de diciembre de 2009

Un encuentro providencial

Una cadena de circunstancias facilitó la conversación. Había quedado a comer con Jesús a las 2:25; llegué tarde y había una gran cola en el autoservicio. Decidí no quedarme en la cola y volver sobre las 3:20 cuando, supuse, me tocaría esperar menos; esto no lo suelo hacer; normalmente espero. Hablé un rato con Jesús, que estaba ya comiendo y me fui a mi despacho para imprimirme una serie de artículos de opinión de la prensa del día: ya que iba a comer solo, al menos me entretendría leyendo mientras comía, porque llevo muy mal comer solo, sin algún entretenimiento intelectual. Volví a las 3:20 y seguía habiendo una cola considerable. Mientras avanzaba en la cola del autoservicio iba leyendo, Cuando llegué al final, pagué, cogí la bandeja y al darme la vuelta para ir a ocupar una mesa libre me lo encontré de frente; no tengo mucho trato con él, pero me sentí obligado a sentarme en la misma mesa. Es probable que no le apeteciera comer conmigo. He de reconocer que a mí tampoco mucho. Comencé a hablar de temas intrascendentes; al poco manifestó un profundo sentimiento: "lo estoy pasando muy mal". Comenzó a hablarme de sus hijos, de su mujer: habían decidido separarse. Todo lo que me dijo demostraba un gran sufrimiento. Mientras me daba detalles dolorosos del trato que últimamente recibe de su mujer y sus hijos pensaba yo en qué decirle: no se me ocurría nada que pudiera aliviar su situación, que se aproximaba mucho a la desesperación. Le pedí ayuda a Dios para que fuera capaz de encontrar palabras verdaderas y apropiadas. Y las encontré. Le dije unas cuantas cosas que le llegaron al corazón. Noté como le caían las lágrimas. Yo también comencé a emocionarme: me salían las palabras con dificultad, algunas se me ahogaban. Quedé con él que le presentaría a un sacerdote que a mi me ayudó en una difícil situación hace años. Le dije que pensaba que aunque su problema desde el punto de vista humano era difícil, le permitiría abrir su conciencia con una persona prudente y de fe robusta. Le pareció bien. Cuando terminamos de comer, los dos estábamos emocionados: nos despedimos con un abrazo, tratando cada uno de que no se notara que el corazón había quedado herido.

Como es lógico, obvio muchos detalles de la conversación que no conviene transcribir.

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